Pray I

DESTRUCCIÓN

maymoon

Desperté como siempre, tranquilo, apestando a noche, con hambre, con sed y con muchas ganas de mear. Es veintiuno de diciembre, y hoy dicen las culturas que será el Apocalipsis, el Ragnarok, o como se le quiera denominar, es el Fin del Mundo. Tonterías. En la calle los locos fanáticos religiosos proclamaban que es el final, gritando y lanzando alaridos de «Perdóname Señor». En la televisión pasaban los tan clásicos y fatalistas programas hablando de las grandes profecías de Nostradamus, Parravicini, Pandeva Dimitrova, los Mayas, los Aztecas, los Hopi, y todos aquellos que simplemente imaginaron un punto final para nuestra existencia. En la radio local que escuchaba mi madre en la cocina estaban hablando del déficit del canon minero en la región, las clásicas quejas de que vendemos el cobre crudo y lo compramos procesado mucho más caro. De hecho, a parte del disque holocausto que se cerniría sobre el mundo aquella noche, todo estaba normal, todo estaba demasiado normal.

Habiéndome alistado me dirijo a la casa de Michael, quien es un amigo desde hace tiempo y con quien tenemos la increíble habilidad de hacer nada por horas. Toqué el timbre de su casa— la cual estaba cerca— y espero a que alguien responda. Su madre abre la puerta:

— ¡Al! ¿Buscas a Mickey?

— Hola Señora, si, ¿se encuentra?

— Si pasa, está en su cuarto, despiértalo.

Luego de recibir las instrucciones, me dirigí a la habitación de mi camarada y éste ya estaba despierto. Michael decidió ir a desayunar, así es que le seguí. Una vez ya en la cocina, prendí el televisor que estaba encima del refrigerador, y en todos los canales transmitían el caos, asesinatos, atentados, balaceras, todo lo que la mente imagine. Pero no era por motivo del Final, simplemente era porque así era o es nuestra sociedad, autodestructiva, como un estanque lleno de peces luchadores siameses macho, nos peleamos porque sí. Habiendo terminado de desayunar, nos retiramos a jugar en la consola que había en el cuarto, por varias horas hasta que decidimos ir a beber en la noche, era el final del mundo, así es que nada mejor que pasarlo borrachos.

— Ya, entonces nos encontramos en el puentecito de madera a las … 8:00pm. — Dije.

— Ok Ok, lleva cigarrillos, en el centro están muy caros.

Durante el día me la pasé en el ordenador jugando con un Cazador de nivel 23, almorcé lomo saltado con arroz y un huevo frito encima, y ya casi entrando el crepúsculo me metí a la ducha, de agua caliente como acostumbro. Busqué unos jeans cómodos que no me apretaran la barriga – después no podría llenarme de comida ni licor – y me puse unas zapatillas de color rojo que me parecían muy cómodas. Un polo negro con el dibujo de la silueta de un murciélago en bermellón y una casaca café rojizo marcaban el final de la metamorfosis. Me lavé los dientes, me eché una colonia que tenía por ahí y listo.

Salí de casa, eché llave y compré unos cigarrillos simples. Había una enorme luna sumergida en matices áureos en un firmamento solitario, como el ojo de un lobo brillando en la más solemne oscuridad. Me dirigí al puente y esperé a que mi amigo, quien apareció con una bolsa de maní salado en las manos. Paré un taxi mientras el maní desaparecía en sus fauces y le pedí ir hasta el centro de la ciudad. Luego de una breve negociación abordamos el Nissan sunny 2004 de color amarillo y nos dirigimos a destino.

—Mira el cielo—dije a Michael.

El cielo arremolinaba nubes delgadas alrededor de la Luna, y un enorme halo de azur tenue creaba un atemorizante espectáculo en el cielo. Para mí era bastante bello, y daba el olor a augurios malditos.

—Da más drama a toda esta mierda del apocalipsis maya—respondo después de mirar. La verdad me da un escalofrío ver el cielo actuar tan raro—ahora lo que más me preocupa es el tráfico y no encontrar donde sentarme…ah claro, y que se me suelte el estómago mientras bebemos.

Las carcajadas inundaban el vehículo, y luego de quince minutos de paseo llegamos al centro, decidimos bajarnos en la plaza de armas pues el tráfico estaba fatal, de paso que el andar nos serviría para fumar y buscar algo de comer antes de beber. Comimos un par de sándwiches, y nos dispusimos para buscar donde beber un rato. Aquella noche había mucha gente en el centro, muchos bebiendo en la vía pública cual si se tratara de una celebración de halloween o mardi gras. No es que el tumulto sea escaso en esta ciudad, pero no en ésta época del año. Luego de caminar un rato, Michael recibió una llamada, la cual contestó alejándose unos metros, y es ahí cuando sucedió todo; un zumbido se escuchó proveniente de todas direcciones, las palomas que dormían en campanarios aquella fría noche salieron despavoridas ante el asombro de la gente, el zumbido fue breve, pero rotundo, dejó a todo el mundo en un silencio que sirvió de exequias a cientos de voces preguntándose el motivo de tal sonido.

— ¿Qué mierda fue eso? —Pregunto en silencio a mi amigo. No hubo respuesta.

El zumbido fue breve, lo que venía no. La tierra comenzó a temblar poco a poco, hasta que luego de mantener un temblor suave, dio un remezón de tal magnitud que parecía que un caballo había pateado una mesa de campo. La gente entonces entró en pánico, varias fachadas se rajaron o cayeron, la luz se fue y en el cielo había destellos de luz blanca y azul.

— Nos vamos, cojamos un taxi, pero ya. No puedo dejar mi casa sola. —Dice mi amigo, y no podía estar más de acuerdo con él.

En lo que vamos caminando, se da otro fuerte remezón, pero éste fue más intenso e hizo causar un enorme sonido en los horizontes. Pensé que los volcanes estaban despertando de su letargo, pero mis ideas se vieron distraídas por la aparición de auroras boreales en el cielo. Si. Auroras boreales, en Diciembre, en el Sur del Perú.

— ¡Ay Dios mío, es el fin del mundo!—gritó una joven mujer que se dejó manipular por su miedo, y el miedo es muy contagioso, en especial cuando hace una pandemia de pánico y no deja a la gente pensar si no simplemente reaccionar como una manada de ciervos huyendo de un tigre.

La gente se dispersó para huir a quién sabe dónde. Yo y mi compañero decidimos seguir buscando un taxi para regresar y ver qué había sucedido en nuestros hogares. En toda la alharaca se dio otro remezón, este duró mucho más y causó que algunos edificios se desplomen matando a gente que huía entre ellos. Nos abrimos paso hasta calles donde supuestamente no suele haber tanta gente, caminaríamos a casa de ser necesario, aunque era peligroso, se había cortado la luz en lo que parecía ser toda la ciudad, las calles solo eran iluminadas por los coches que pasaban eventualmente. El cielo estrellado era magnífico como nunca antes: la Luna dorada, la aurora boreal —o austral en este caso—y el tapiz de incalculables estrellas como no se veía hace decenas de generaciones; daba de hecho una cruel sensación de calma entre tanta devastación.

—Robb, pide un deseo—Me dijo Michael en tono burlón. La verdad él siempre se tomaba las cosas a la broma a veces.

No entendí, pero noté que señalaba al cielo, y vi que caían dos estrellas del firmamento hacia el centro mismo de la ciudad. Cayeron raudas y a su impacto se sintió una respetable onda de choque que alzo polvo y roca.

No tenía el interés de seguir ahí así es que indique irnos, pero mi amigo dijo que sería bueno ver a una distancia segura. Luego de una breve discusión accedí y vimos que en unas de las calles la gente huía despavorida, corriendo temerosa como jamás había visto. La gente aparecía quemada, herida, cargada en brazos de otros, sólo había visto esto en atentados terroristas, pero mi mente no entendía que pasaba.

Michael solo miraba absorto a lo que pasaba al igual que yo, pero él quería ir a ver, y por más que mi curiosidad me acosara a hacerlo también, tenía que ser más inteligente que valiente esta vez.

— ¡Ya nos vamos mierda, tienes que ver qué pasa en tu casa al igual que yo en la mía, tu madre está con tus hermanitos, y esto que no sabes si salieron dejándola sola, así es que nos vamos….YA!—grité en medio de la conmoción, mi amigo se me quedó mirando, volteó la cabeza a la debacle y entró en razón.

— Maldita sea, tienes razón—dijo Michael.

Justo cuando nos dispusimos a ya correr en la dirección de toda la gente, es oyeron dos rugidos enormes y profundos. La gente se paralizó y se oía gorjeos graves a lo lejos, desplazándose de lado a lado. Había lumbres en algunas partes de la calle, y esto causaba que dos pares de enormes animales brillaran en escarlata en un fondo negro. La luna entonces reveló la forma de dos enormes monstruos con cuerpos alargados como jaguares, pero de color negro, tenían largas fauces como de cocodrilos y unas tenazas en la punta de sus colas; de sus hocicos asomaban a cada tanto lenguas que olfateaban alrededor en busca de carne, y tenían bastante de ésta al frente.

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Michael me preguntó que animales eran éstos, y no supe que responder. Siempre fui de saber sobre fauna, pero estos animales eran otra cosa, no los conocía, y de hecho me parecían seres imposibles. Los monstruosos seres observaban a la gente gruñéndoles y abriendo sus fauces amenazantes, cuando alguien quería huir eran atacados con la cola prensil y las tenazas de sus puntas, sin matarlos, los animales no estaban cazando para ellos. Cuando el silencio se instauró se oyó desde la oscuridad detrás de los monstruos:

— Ahuizotls, buenos ahuizotls. Reunieron al ganado rápidamente. Los demás estarán complacidos.

— ¿Quién anda ahí? — ordenó un policía que se encontraba con la gente. Valientemente avanzó entre la multitud con tres agentes más y se pusieron delante de todos. Los policías desenfundaron temblorosos sus armas. Aparentemente habían sido atrapados por el miedo del vulgo, pero ya habían recordado su entrenamiento— ¡Quien quiera que sea, salga y muéstrese!

— Ya los mortales no recuerdan ante quienes inclinarse, por lo visto. Han olvidado el nombre de sus antiguos dioses y los reemplazaron con ídolos de cerámica y roca — Dijo la voz en la oscuridad — Hoy vengo a demostrarles, que el mundo que pensaban imaginario, está aún respirando ansioso por alzarse, por enseñarle a sus niños malcriados a volver al regazo y a doblar la rodilla como en una época de mayor orden.

Lo que la voz decía no tenía sentido. Uno de los policías entonces disparó hacia la oscuridad. Una oscura risa salió de ésta.

— Quieren verme mejor, ¿verdad? —Dijo la voz, que poco a poco se hizo visible — Observen, cada detalle que se les antoje, recuerden y pasen sus recuerdos, profetas del final.

La criatura emergió de entre la oscuridad, alta y de ojos de neón vade brillante. Tenía la forma de un hombre pero de tres metros de altura, el pecho desnudo y cubierto de tatuajes de neón celeste, una larga cabellera negra iba atada por un tocado adornado por plumas de quetzal y huesos; su rostro mostraba una expresión sádica y sonriente, en sus manos portaba una enorme lanza con una hoja negra. Los animales que él había denominado ahuizotls fueron hacia él y se pusieron amenazantes ante la gente.

Los hombres de la ley estaban atónitos y el miedo inundó a todos los presentes. Muchos comenzaron a huir pero nosotros, Michael y yo, no. Queríamos ver qué pasaba ya que aparentemente el destino nos quería hacer ver.

— ¡Fu..fuego!—Gritó uno de los policías. Éstos descargaron sus balas contra el gigante y sus mascotas. La ráfaga de balas fue fuerte, causó mucho barullo y mucha gente se tiró al piso por recaudo. Pero de nada sirvió. El enorme hombre solo seguía con su sonrisa mientras miraba sus manos y hombros, e inspeccionaba a los ahuizotls que trajo consigo.

Temeroso uno de los policías preguntó:

— ¿Quién es usted?

La sonrisa se esfumó del enorme hombre, clavó su lanza en el suelo y caminó hacia el agente. Lo sujetó del cuello y lo lanzó lejos. Pateó a uno y lo aplastó contra el suelo y pese a que no lo mató dejó sus viseras pintando la calle. Otro policía trató de disparar pero el gigante invocó a su lanza la cual vino a atravesar el cráneo del hombre. Sólo quedaba un policía, una mujer, que no dejaba de apuntar al monstruoso ser.

— ¡Civilización de malagradecidos, cuna de bastardos, olvidan los nombres de sus Señores, y esperan que no seamos crueles con ustedes…— Una máscara blanca comenzó a emerger por debajo de la piel del agresor— desean nombres, tendrán nombres…!

El gigante se dirigió al bulto, alzó su lanza de obsidiana y se  elevarse unos metros por sobre el suelo. Con voz atronadora gritó:

— ¡Soy Mixcoatl, un dios de la caza y de la guerra, uno de los señores del panteón a quienes ustedes llamaron Aztecas, uno de miles de cazadores y guerreros, y de seguro, el primer dios que verán hoy, hoy vengo a traeros la desgracia a esta ciudad, así como yo, a revelarlos ante la verdad que se rehusaron a creer, a recordarles el miedo al más allá, y a mostrarles por qué antes, solían rezar!

Ahí estaba ante mis ojos, lo imposible, lo imberosímil, algo que proclamaba llamarse un Dios con todas sus letras, y claro como no asumirlo. Hoy es el 21 de diciembre, la humanidad supuestamente encaraba el final de sus días, y hoy, en todas partes del mundo, los Dioses finalmente asumaban sus furiosos rostros, ante quienes por mucho tiempo los habían olvidado.

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———> continuará…

3 comentarios en “Pray I

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